lunes, 19 de septiembre de 2011

“El mar” - Jorge Luis Borges




Antes que el sueño (o el terror) tejiera 
Mitologías y cosmogonías, 
Antes que el tiempo se acuñara en días, 
El mar, el siempre mar, ya estaba y era. 
¿Quién es el mar? ¿Quién es aquel violento 
Y antiguo ser que roe los pilares 
De la tierra y es uno y muchos mares 
Y abismo y resplandor y azar y viento? 
Quien lo mira lo ve por vez primera, 
Siempre. Con el asombro que las cosas 
Elementales dejan, las hermosas 
Tardes, la luna, el fuego de una hoguera. 
¿Quién es el mar, quién soy? Lo sabré el día 
Ulterior que sucede a  la agonía. 

LO “INASIBLE” EN POESÍA



Heisenberg
Si quieres saber donde está un electrón
tienes que verlo
Para verlo
necesitas que la luz lo golpee
La luz
al contactar con el electrón
lo desplaza
Así que nunca sabes
dónde estaba el electrón


EL AGUA



Miryam Colombotto
Llueve casi con timidez.
Cierro la puerta a otros ruidos
para oír sólo el sonido del agua.
La canción de cuna más antigua
que adormeció la tierra;
el eterno tema
que lava el alma hasta dejarla
despojada.
Me arraigo a este paisaje
como un árbol sediento
y permito que ella camine
por mis sentimientos
en todas direcciones.
Y consiento
que intente hallar los límites.
Yo
no los encuentro...

Beatriz Ferro


Tener una tiza mágica
 eso sí me gustaría.
 Escribiría: vaca-burro
 flor-silla-panadería
y nadie podría entender
y todo el mundo diría:
Qué cosas raras que escriben
estos chicos hoy en día
Y cuando escribiera: plim
traplicopi-lurulía,
 entonces sí que, enseguida,
 todo el mundo entendería.


LA TIZA BLANCA en mi mano,
señores, está compuesta,
como ustedes saben, de moléculas.
las moléculas están compuestas de partículas,
carga, masa, extrañeza y espín:
huellas que se disipan
en la cámara de burbujas
y desaparecen en mi mano,
en estas interminables fórmulas,
que ustedes conocen o no conocen,
señores, y que yo aquí
dibujo en la pizarra negra
con tiza, con tiza, con tiza.

Hans Magnus Enzensberger




LOS NÚMEROS
Mary Cornish

Me gusta la generosidad de los números.
La disponibilidad, por ejemplo,
que demuestran para contar
personas o cosas:
dos pepinillos, una puerta de habitación,
ocho bailarinas engalanadas como cisnes.
Me gusta la docilidad de la suma
-añadir dos tazas de leche y batir-,
su sentido de la abundancia: seis ciruelas
en el suelo, tres más
cayendo del árbol.
Y la tabla de multiplicar
peces por peces,
su lomos plateados reproduciéndose
bajo la sombra
de un barco.

Ni siquiera la resta representa una pérdida,
sino incorporación a alguna otra parte:
de cinco gorriones echaron a volar dos,
los dos están ahora
en otro jardín.

Hay una amplitud en la división,
cuando abres la comida china
cajita a cajita,
y dentro de cada galleta de la suerte
aguarda una nueva fortuna.

Y nunca dejaré de sorprenderme
por el regalo del resto,
liberado al final:
cuarenta y siete dividido entre once es igual a cuatro,
y quedan tres.

Tres niños a los que llaman sus madres,
dos italianos haciéndose a la mar,
un calcetín que no está dondequiera que busques. 

SOBRE EL LUGAR



...el día que no ocupara lugar.
P. Calderón de la Barca
Loa
para el Auto Primero
(y segundo Isaac)
I
El cuerpo es el lugar
primero y último del hombre
II
El cuerpo tiene un lugar en el espacio
y el espacio un lugar en el cuerpo
III
No puede haber dos cuerpos
en un mismo lugar al mismo tiempo,
pero sí dos tiempos y dos lugares
ensimismados en un cuerpo.
IV
El lugar no es forma ni materia,
no es causa ni horizonte;
es vientre, es aire, es sombra,
y, sobre todo, lugar.
V
El lugar no se desplaza con el cuerpo,
se queda en su lugar;
aunque a veces
mi lugar es tu cuerpo.
VI
Tu lugar es indiferente al cuerpo,
hasta que éste lo ocupa;
entonces se convierte en lugar ocupado.
VII
El problema de Aristóteles fue el de saber
si el lugar mismo ocupaba lugar;
el problema de la muerte fue el de ocupar
el lugar de Aristóteles.
VIII
El cuerpo es un lugar
tiende a irse a otro lugar;
el pesado hacia arriba,
el ligero hacia abajo,
el mío hacia a ti.
De manera que ninguno
está contento en su lugar.
IX
En el amor el lugar no se mueve
cuando el cuerpo invade el centro;
el lugar se queda quieto,
sólo se mueve el tiempo en el lugar.
X
El cuerpo del hombre viene de un lugar lejano,
el tuyo llega de cerca.
XI
Ido el cuerpo,
el lugar permanece.

Dos cuentos, un mismo tema: La apariencia. ¿Ser o parecer?


Dos cuentos para debatir y tomar postura! 
  • La rana que quería ser una rana auténtica


Augusto Monterroso

Había una vez una rana que quería ser una Rana auténtica, y todos los días se esforzaba en ello.
Al principio se compró un espejo en el que se miraba largamente buscando su ansiada autenticidad. Unas veces parecía encontrarla y otras no, según el humor de ese día o de la hora, hasta que se cansó de esto y guardó el espejo en un baúl.
Por fin pensó que la única forma de conocer su propio valor estaba en la opinión de la gente, y comenzó a peinarse y a vestirse y a desvestirse (cuando no le quedaba otro recurso) para saber si los demás la aprobaban y reconocían que era una Rana auténtica.
Un día observó que lo que más admiraban de ella era su cuerpo, especialmente sus piernas, de manera que se dedicó a hacer sentadillas y a saltar para tener unas ancas cada vez mejores, y sentía que todos la aplaudían.
Y así seguía haciendo esfuerzos hasta que, dispuesta a cualquier cosa para lograr que la consideraran una Rana auténtica, se dejaba arrancar las ancas, y los otros se las comían, y ella todavía alcanzaba a oír con amargura cuando decían que qué buena rana, que parecía pollo.





  • La inmolación por la belleza. Marco Denevi (Micro-cuento)

   El erizo era feo y lo sabía. Por eso vivía en sitios apartados, en matorrales sombríos, sin hablar con nadie, siempre solitario y taciturno, siempre triste, él, que en realidad tenía un carácter alegre y gustaba de la compañía de los demás. Sólo se atrevía a salir a altas horas de la noche y, si entonces oía pasos, rápidamente erizaba sus púas y se convertía en una bola para ocultar su rubor.
   Una vez alguien encontró una esfera híspida, ese tremendo alfiletero. En lugar de rociarlo con agua o arrojarle humo –como aconsejan los libros de zoología-, tomó una sarta de perlas, un racimo de uvas de cristal, piedras preciosas, o quizá falsas, cascabeles, dos o tres lentejuelas, varias luciérnagas, un dije de oro, flores de nácar y de terciopelo, mariposas artificiales, un coral, una pluma y un botón, y los fue enhebrando en cada una de las agujas del erizo, hasta transformar a aquella criatura desagradable en un animal fabuloso.
   Todos acudieron a contemplarlo. Según quién lo mirase, semejaba la corona de un emperador bizantino, un fragmento de la cola del Pájaro Roco, si las luciérnagas se encendían, el fanal de una góndola empavesada para la fiesta del Bucentauro, o, si lo miraba algún envidioso, un bufón.
   El erizo escuchaba las voces, las exclamaciones, los aplausos, y lloraba de felicidad. Pero no se atrevía a moverse por temor de que se le desprendiera aquel ropaje miliunanochesco. Así permaneció durante todo el verano. Cuando llegaron los primeros fríos, había muerto de hambre y de sed. Pero seguía hermoso.